CONVIVIUM II – ¿Qué se puede decir de la violencia?

mayo 12, 2023
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El jueves 24 de noviembre de 2022, la Dirección de Publicaciones de la UCG, en coordinación con la Nueva Escuela Lacaniana del campo freudiano, sección Guayaquil (NELcf-Guayaquil), organizó el segundo Convivium para conversar sobre la violencia en Ecuador. A continuación, un resumen de las ponencias.

Juan De Althaus

Este es el segundo de una serie de conversatorios sobre temas que inquietan a la comunidad, dentro del marco general de defensa del Estado de derecho democrático. En ese sentido, articulamos el psicoanálisis con otros campos de las ciencias humanas.

Decir algo sobre la violencia es un contrasentido, ya que, en la medida en que se habla sobre este tema, es su opuesto. La palabra “violencia” proviene del latín violentia, que significa fuerza, continuidad e intensidad. Es un término de uso amplio con muchas particularidades. Este concepto ha sido parte de la historia humana desde sus inicios y presenta formas distintas, entre ellas, las que están fuera de discurso y las provocadas por un discurso amo.

La violencia puede ser constructiva también; ejemplo de ello, la Revolución Francesa y las guerras de independencia americana, o lo que jurídicamente se determina como el derecho legítimo a la defensa. El psicoanálisis señala que hay una oposición entre la violencia y la palabra. La primera camina por el lado de lo que denominamos ‘pasaje al acto’ o, coloquialmente, ‘actuó sin pensar’; donde irrumpe la pulsión de muerte con extrema intensidad y se aparta lo simbólico.

La violencia de los animales es diferente, pues está directamente vinculada a la conservación del ser vivo. En los humanos, el cuerpo está habitado por el lenguaje, lo que tiene otras implicaciones. En el psicoanálisis se trabaja la agresividad desde Freud. Asimismo, Lacan desarrolló la teoría del espejo: alguien que nace se ve en el espejo y cree que es otro el que está ahí tratando de ocupar su lugar, reaccionando agresivamente ante esa imagen; base de una paranoia estructurada. 

La imagen fragmentada del infante se contrasta con la figura unificada del cuidador. Si viene un tercero y le dice que es él, y le pone un nombre, introduce lo simbólico (lenguaje); lo que permite identificarse con su propia imagen y unificarla. Sin embargo, siempre quedan restos de esa operación, nunca es completa. Por tanto, la agresividad es parte de la subjetividad humana en su dimensión imaginaria y real, de lo cual hay que estar advertido para responder ante ella. 

El uso de la palabra implica la vinculación de un significante con otro, que produce un efecto de significación (y sentido) que es sancionada por otro, quien puede responder también con la palabra. Eso aplaca la agresividad y la violencia. Esta última nace también de lo pulsional, de lo real, de aquello ajeno a la ley y fuera de todo control; convirtiéndose en un acto sin significación.

La violencia también puede ser una respuesta ante la relación sexual que no existe. No hay correspondencia entre los sexos, nada está escrito allí; esa condición humana se extiende a todos los vínculos sociales. El amor, la conversación, la sublimación y el síntoma son las mejores respuestas a esa falla estructural.

En la actualidad, la dimensión simbólica, el Edipo, el nombre del padre que ordena la subjetividad humana, está en caída franca y débil, porque hay múltiples nombres del padre. Entonces, lo anterior es sustituido con fuerza por el goce de los objetos de consumo, los cuales comienzan a orientar al sujeto. Lo constatamos con la generalización de las adicciones. De ahí se derivan también los femicidios, los maltratos, violaciones, etc.; porque son tomados como objetos de satisfacción en acto, sin una mediación de la palabra. Jacques Alain Miller decía que la satisfacción más grande que podía tener un ser humano es matar a otro.

Lacan afirmó que la experiencia psicoanalítica es una paranoia dirigida y el medio es la palabra, por la cual el analista recibe ese fondo de agresividad de parte del paciente. Sin embargo, el psicoanalista está en una posición neutra frente a sus propias pasiones; para lo cual se analiza y permite que el sujeto hable sobre su deseo.

Máximo Ponce

Hablaré sobre la violencia multidimensional actual desde la sociología y las ciencias sociales. La sociedad guayaquileña está pendiente y perpleja, ya que su imaginario era una mentalidad de isla de paz.

Los colombianos han buscado en los últimos tiempos construir una paz muy difícil de procesar. En el Perú se atravesó la guerra sucia de Sendero Luminoso. En Ecuador, a partir de los años 90, surge el crimen organizado en lo empresarial. Durante bastante tiempo nuestro país fue un territorio de paso de droga, pero, a partir de la dolarización, se convirtió en un paraíso monetario para el blanqueo de dólares.

No hay una fuente de datos confiable que nos permita realizar unos análisis razonablemente bien articulados, por lo tanto, hacemos aproximaciones conceptuales y estudiamos algunas estadísticas encontradas. Un buen acercamiento a la problemática se dio en el 2008, cuando se creó una comisión de investigación, dirigida por el finado Pancho Huerta. La Asamblea Nacional y el gobierno le negaron su pedido de inmunidad penal, tras, supuestamente, encontrar elementos sospechosos que involucraban a muchas personalidades de organismos estatales y privados; sin embargo, la ciudadanía sí pudo conocer el informe.  No sería mala idea que el diario Expreso hiciera una averiguación de ese trabajo.

Pancho Huerta declaró en 2009 que en Ecuador estábamos en presencia de la formación de un narco Estado no narco gobierno cuando no había la violencia actual. Es un tema estructural, que tiene raíces históricas. Pero ni el Estado ni la sociedad civil se interesaron en desarrollar estudios sistemáticos de esas problemáticas. Hubo un descenso de la criminalidad entre el 2009 y el 2017; pero, a partir del 2017 hasta el 2021, se incrementó como epidemia, con más de diez homicidios por cada cien mil habitantes.

Por la falta de estudios, se tomaron medidas a corto plazo. Se entregó la iniciativa a los organismos encargados de ejecutar las acciones de seguridad, los cuales no dan cuentas ni participación a los órganos de poder ciudadano.

En la Universidad Central de Quito, el Dr. Luis Córdova Alarcón dirige un programa de investigación llamado Orden, conflicto, violencia, donde sugieren hipótesis y propuestas. La sensación de inseguridad es peligrosa, pues se cae en errores políticos como aplicar los Estados de excepción constantemente.

Una propuesta es la reforma de los organismos de seguridad a largo plazo, mediante el poder civil; y establecer políticas eficientes de control de lavado de dinero del narcotráfico, que hoy representa el 2% del PIB (dos mil millones por año).

¿Cómo encontramos la ruta para que ese proceso no sea la desinstitucionalización? Se puede invitar a recordar la memoria política de Pancho Huerta, quien fue una figura protagónica para la democratización del sistema político ecuatoriano y estuvo ligado al periodismo de investigación y a instituciones universitarias como la nuestra, la UCG.

Beatriz García Moreno

Escribo tras haber vivido toda mi vida en medio de la violencia y a partir de trabajos que hemos realizado en el Observatorio de Mujeres y Violencias de la Escuela Lacaniana. Comparto una reflexión titulada “Arreglos de vida en medio de la violencia de la ciudad”.

Las ciudades latinoamericanas exhiben los restos de violencias que han perdurado en sus tiempos. Sus calles muestran los goces que no logran recomponerse, los que el sistema expulsa, los que no se integran al discurso del amo, los restos que dejan las guerras y otros actos atroces ligados a profundas desigualdades, al narcotráfico, entre otros.

Lo informe ligado a la muerte se extiende por la ciudad como una mancha sin límite, fuera de discurso y de ley, dando cuenta de efectos traumáticos de eventos violentos.

En medio de lo informe, la vida parece no rendirse y encuentra nuevos arreglos mediante acciones impulsadas y sostenidas por sujetos que, apoyados en su deseo y su posibilidad creadora, logran hacer borde al goce mortífero en lo real, que parece no cesar de no escribirse. Sus acciones abren camino a un nuevo lazo social que permite a la vida introducirse sin borrar el tramo de origen, para dar lugar a que cada ciudadano invente su manera de tramitar la muerte.

Abordar la violencia en relación con el sujeto, como con lo social, ha sido una constante del psicoanálisis y el arte. El malestar en la cultura se refiere a la pulsión de muerte constitutiva del sujeto y a la pulsión de vida que le hace contrapeso.

Para Lacan, los discursos de lazo social son modos de mortificación del goce, goce que irrumpe en cada sujeto por fuera de lo simbólico, sin dejarse atrapar por el significante. El discurso del amo es de dominación, en el cual se ha sostenido la civilización. El racismo se refiere al dominio de un goce sobre otro y las guerras ocurren entre goces.

En la época actual, la violencia, situada en el lugar del agente del discurso del amo, se articula al desarrollo del capitalismo con la consecuente reducción del sujeto a un instrumento de producción, a un simple objeto-resto, a una estadística, a una imagen publicitaria. El sujeto ciudadano, en tanto atravesado por su deseo y goce, no es sin el otro social.

Para sostener su posición, el amo se apoya en un sujeto dividido que se dispone al trabajo con su propio saber hacer, atrapado, muchas veces, en la resolución de sus necesidades. De esa operación, como lo marca Lacan, refiriéndose a la forma de lazo social que introduce el discurso del amo, el plus de goce se presenta como un producto que puede tomarse y reabsorberse por el amo, o para que el sujeto realice un arreglo que le permita la presencia de la vida.

En las situaciones donde se impone el acto violento, el sujeto pierde las coordenadas de espacio y tiempo, atrapado en un presente que parece aniquilarlo, mientras que el pasado se desmaterializa y el futuro deja de ser un horizonte. El acto violento puede relocalizar a ese sujeto ante el sin sentido del vacío que se le impone, con la posibilidad de consumirse en su identificación con el desecho en el rol de víctima, o desplazarse para asumirse como sujeto político que se hace responsable de su sufrimiento y se orienta hacia un nuevo lazo.

Jacques-Alain Miller cita a Paul Valéry, “la salvación por los desechos”. Ese saber hacer del arte con los desechos dignifica el objeto al elevar la dignidad de la obra y liberarlo del consumismo. El sujeto, cada vez que se eleva, cae; entonces, para que el lazo se sostenga, tendría que mantener una acción permanente de recomposición de esos restos. 

El arte tiene como materia de la obra lo fuera de discurso, y es para todos. Esto es diferente a la salvación por el ideal que prima en el discurso del amo. Lo fuera de discurso es también lo que se ofrece para un nuevo arreglo que posibilite un lazo con el otro, una acción vivificante.

Como ejemplo, en Bogotá, un grupo de mujeres que, si bien han sido víctimas directas del conflicto, han logrado recomponerse como sujetos políticos que defienden la vida y apelan a su posibilidad creativa para nombrar lo innombrable.

Titulé ese trabajo Coser, bordar, a-ropar. En uno de los salones del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación de Bogotá, construido en el 2000 como un espacio para restaurar las cicatrices del conflicto armado en Colombia, varias mujeres acompañadas por algunos hombres y niños cosen una colcha de pequeños retazos, bordados con escenas de los territorios que se vieron forzadas a abandonar. El propósito es arropar el Palacio de Justicia de Colombia en un acto simbólico de reparar un país sometido al maltrato.

La idea provino de una mujer desplazada del campo, quien, en su proceso de duelo, tomó la ropa de cuatro hijas asesinadas por paramilitares, las volvió retazos y las unió con el fin de configurar una manta. Así, 20 mujeres desplazadas decidieron reunirse en un costurero para coser un país hecho pedazos, a modo de reconstrucción y esperanza de vida, nombrando su extenso recorrido de desplazamiento y la búsqueda incansable de sus desaparecidos.

En el costurero, tradición ancestral, las mujeres se reúnen, una por una, a tejer retazos que contienen la vida. Unen los fragmentos con puntadas, cuyas historias ocurren en un tiempo pausado, y bordean el sin sentido de la guerra y la muerte, el agujero del sin palabras del horror vivido. 

El verbo latino “consuere” indica ‘unir una cosa o pieza con otra’, y está formado por el prefijo “con” y el verbo “suere”; este último de la raíz indoeuropea “syu” (ligar, coser), que en griego dio la palabra “hymen” (membrana). Por tanto, al bordar se busca fijar la escritura de historias vividas repetidas y retener algo de lo perdido, bordeando el agujero que no se logra llenar, pero que se convierte en la fuerza que las reúne.

Arropar conlleva la paradoja de cuidar, cultivar, resguardar la vida, a modo de cubrir, mostrar, mostrar la justicia rota al abrigar el Palacio de Justicia nacional incinerado en dos ocasiones; y como manera de reconstruir sus cuerpos. En el costurero se configura un nuevo lazo, materializado en el objeto colcha, como una alternativa para restituir el embate de la muerte. También, hay otros haceres poéticos de sus ciudadanos que permiten un lazo con la vida.

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