Por Alejandro Daniel Dueñas Santacruz*
Un hombre está rodeado por varias situaciones impresionantes y escalofriantes; guerras, catástrofes, sucesos inimaginables, sin tener idea acerca de la tan deprimente y, a la vez, sorprendente realidad.
Dolor, emoción, angustia y una sensación muy cálida en el cuerpo. Lentamente, abriendo y cerrando los ojos uno por uno, traspasando las realidades de un plano a otro, desciendo; me encuentro en un parque lleno de rosas y pajaritos, cantando al son del viento; las gotas de lluvia que refrescan cada fracción de mi rostro…
¡¿Qué acaba de pasar?! Ahora estoy en un… parece una zona de batalla devastada por los bombardeos; la vida y la muerte llegan a ser palpables en las manos de quien lo observa, sintiendo como estas se alejan cada vez más de aquellos cuerpos recostados sin sensación alguna, esperando por alguien, o, algo, que llegue a su rescate, sabiendo de antemano que el más allá está mucho más cerca en estos momentos. Una pizca de compasión, darles un final menos doloroso y más digno, callando por fin todos y cada uno de vuestros gritos; eso sería lo ideal. Esta no es nada más que la tercera, cuarta, o hasta quinta guerra mundial, todavía más devastadora que la segunda, contigo como dictador, y como víctima también.
Un pie detrás del otro, pisando charcos y lagunas, sudores helados capaces de martirizar hasta al más enérgico y capaz de nosotros, y, cerca de ti, una muy extensa y profunda cobertura de agua llena de bestias lovecraftianas[1], listas para salir por aquella grieta de la realidad misma; grieta que, al menos en este universo, le hará honor a la tan reconocida historia, perteneciente a una de las lecturas más interesantes que seguro has escuchado, y por Dios santo que te acordarás de siquiera una de tantas frases que son parte ella: “(…) porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” (Ap. 6:17 Versión Reina-Valera 1960).
El desastre de Chernóbil rebosante de esteroides.
Y luego… paz, quietud, calma y serenidad. Lentamente, abriendo y cerrando sus ojos uno por uno, sentado, observando la pared que yace en frente suyo, una pared de un color llano y sin vida alguna, tan grande como el mundo mismo y, a la vez, tan pequeña como aquellas lágrimas que caen lentamente deslizándose por su rostro, poco a poco perdiendo su forma, siendo apenas posible de captar; solo, observando su reflejo perpetrado por un amanecer que escasamente se logra dilucidar, un destello de luz capaz de asombrar y recordarle lo que significa vivir, al igual que a casi todo ser habitante en esta realidad.
Hope
Inspirada en la escena final de la película Star Wars: Rogue One, durante la destrucción de la base de Scarif. Se narran los últimos minutos de vida de uno de los rebeldes que dio su vida por el fin de la guerra en la galaxia.
Muerte, es lo único en lo que puedo pensar después de lo que, por aquella ventana, logré dilucidar. Luz, resplandece e ilumina nuestros rostros; Scarif[2] en llamas, y sus habitantes… esto es muy doloroso; sin despegar mis ojos de aquella onda expansiva que se extiende y aleja.
Regreso a mi puesto de trabajo, esperando algo, lo que sea, que permita que esta guerra haya valido la pena. Mis dedos, no puedo dejar de moverlos. Impaciente, estresado, esperando a que la transmisión llegue a nuestras manos. Tan solo un parpadeo y… No puede ser… ¡aquí está…! No puedo dejar de pensar en que tal vez, y solo quizá, hemos de triunfar.
Por mi mente no para de cruzar lo que este objeto puede llegar a significar. Una esperanza de, por fin, a la galaxia devolverle la paz. Aquello que en un futuro significaría “el fin de la guerra”, y, por ende, un balance en la fuerza. Cansado, pero entusiasmado, entre tantos gritos, y ruidos provenientes de la nave en la que nos encontramos.
Corro hacia la salida más cercana y… ¡nooo!… está atorada. Forcejeo, pero no logro moverla ni por lo que más quiera. Llamo a mis compañeros, quienes también se encuentran asustados. Un grito de ayuda hacia aquellos que, afortunadamente, están del otro lado de la ventanilla. Unos se alejan, otros se acercan, ¡se arriesgan! Ponen en juego sus propias vidas.
Hacen todo lo que esté en sus manos, lo reconozco, pensando en cualquier cosa que los haga sentir menos asustados. Se plantan frente a la puerta, intentando abrirla con toda la fuerza que estos posean. Me agito, estoy desesperado, les grito, mientras una alarma inunda de ruido mis ya tan desgastados oídos. De pronto… silencio. Los alaridos han cesado, la alarma es lo único que se logra escuchar en tan reducido espacio.
La luz había desaparecido, no sabríamos ni en un millón de años lo que habría de estar en aquella, poco a poco, más concentrada oscuridad.
Nosotros… estamos aterrados. Apuntando hacia cualquier lado, con un blaster[3] entre las manos. Observando la nada, esperando que aquello sea un simple droide de limpieza haciendo su trabajo.
Se cruza por nuestros oídos un sonido bastante peculiar, familiar, he de mencionar. Se escuchan acercarse unos pasos, lentamente, sin miedo a que le intentemos hacer daño. El intruso se esfuerza por respirar, aunque, de hecho, le cuesta más de lo normal.
Me recuerda a… alguien que, de pequeño, me solían contar. Sus matanzas, su destreza. La técnica que utilizaba para que, quien se cruce en su camino, de él nunca se sepa.
Delirios, pesadillas. Pensando en que, por aquí, podría aparecerse algún día, y, así, acabar con nuestras vidas. Me tomó mucho tiempo aceptar aquella realidad. De que un ser así pueda por la galaxia rondar.
De pronto… ¡luz! No lo podía creer. Aquello se encontraba en frente mío, aquel, con una vara luminosa en una mano, y la otra descubierta, pero… ¿inútil? De ninguna manera.
Armados, pero para nada preparados, luchamos con todo lo que teníamos en nuestras manos. Gritos. Alaridos. Al otro lado nos intentan ayudar, mientras que, entre la oscuridad, iluminada por un resplandeciente rojo infernal, el silencio crece cada vez más.
Se acerca, nada le afecta. Levanta su mano y, sin siquiera tocarnos, por los aires somos arrojados. Ahogándonos, desmayándonos. Acribillados por nuestros propios disparos. Me altero, me desespero, tomo un respiro y… lo veo todo muy claro.
El tiempo se acaba, y apenas quedamos unos cuantos. Comprendo mi destino, y decido hacer un sacrificio. Volteo, y observo a mi compañero. Con las pupilas dilatadas, y el corazón a punto de salir de mi pecho, me armo de valor; y siendo estas mis últimas palabras, le entrego lo que tantas vidas habrá significado.
“¡Tómalo! ¡Tómalo!”. Le grito, le suplico. Se aleja, y me observa, sabiendo que mis días de vida, están a punto de terminar. Siento, dentro de mí, un calor insoportable. Bajo la mirada y me doy cuenta que, de mi pecho, una vara de luz sobresale.
Por tantos años apenas fui capaz de descansar; pensar en que en alguna misión me lo podría encontrar. Las historias, sobre él… eran muy atemorizantes. A veces, no podía creer que alguien tuviera la habilidad de hacer cosas tan inimaginables.
Es interesante, y muy reconfortante, puesto que, en estos momentos, después de tantos acontecimientos, soñaré muy plácidamente; desde ahora, hasta el fin de los tiempos, gracias a su tan cálido recibimiento.
[1] En referencia al escritor H. P. Lovecraft y sus monstruos más espeluznantes.
[2] Planeta remoto y tropical del imperio galáctico.
[3] Arma ficticia de Star Wars.
* Estudiante de tercer año de la carrera de Multimedia y Producción Audiovisual de la Facultad de Comunicación Mónica Herrera de la Universidad Casa Grande (UCG).