El día que me convertí en superhéroe.

diciembre 30, 2021
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Cuento

Por Carmen Rocío Chávez Chávez*

Lo confieso, he pasado mucho tiempo dentro de casa, sumido en mi propia vida y dejando que los años transcurran. Tal vez por miedo o comodidad, he llegado a sentir cómo el tiempo pesa, y me frustra más aún, el no haber aprendido a vivir.

Una tarde de viernes, sentí mi corazón explotar y el deseo incansable de, al fin, respirar aire puro; lo pensé por un momento y tomé la decisión de salir y un gran respiro inhalar. ¡Sí, salir! Salir a conocer el mundo del que me había escondido todo este tiempo, salir a observar; salir, simplemente, salir. Caminando por el parque, atrajo mi atención un grupo de niños que jugaban y reían. Me acerqué hacia uno de ellos, quien sonreía al ver en el lago su pequeño barco de papel navegando. Al aproximarme, distinguí un pequeño juguete de Superman que, al parecer, según ellos, había hecho grandes cosas y eso les llenaba de ilusión. Lógicamente, era un superhéroe de juguete, pero permanecería siempre en sus memorias bajo esa gran impresión; y lo admito, también desbordó en mí un poco de emoción.

De regreso a casa, comencé a pensar en mi vida y lo que había hecho con ella. Resulta que era cotidiana y aburrida, nada fuera de lo común, nada que llevar en mi memoria. Esa idea me entristeció. De pronto, ¡se me ocurrió!: ¿qué tal ser un héroe moderno?, un Superman del ahora, alguien que cause emociones y los demás lo graben en su corazón. Di un par de vueltas por mi casa sin dejar que la idea saliera de mi cabeza.

En un instante, sentado en mi habitación con una sonrisa en mi rostro, vi un mantel viejo; aquel que mi mamá utilizaba solo en fechas especiales; además del cinturón de mi padre, el cual me recordó ciertos castigos de mi infancia que, por cierto, los tenía merecidos. También estaban las gafas de mi tía, la solterona, quien buscaba su destino en los parques y nunca lo encontró. Al lado estaba el gel que usaba mi sobrino al salir de fiesta a conquistar y, al fin, en un rincón, visualicé las botas ‘siete vidas’ de mi abuelo; ¡vaya que tenían ‘siete vidas’!

Se me ocurrió ponérmelas y usarlas. En ese momento revestido, me sentí fuera de este mundo, me sentí poderoso, como si mis familiares alentarán mi camino, pues me di cuenta que podía ser quien deseara, sin que existan obstáculos en mi camino… descubrí que me sentía más poderoso que nunca.

Salí muy orgulloso a la calle. No faltaron las burlas y los chismorreos, pero aprendí a sobrellevarlos. En ese momento, comenzaron mis más grandes aventuras y fueron increíbles. Las llevo muy frescas en mi memoria, como cuando el corazón empujó mis piernas y corrí, corrí y corrí por varias calles con el único propósito de salvar a un gato que estaba siendo perseguido por un perro; solo que, al final, lo que recibí fueron varios arañazos de agradecimiento.

Así mismo, cuando una abuelita del parque quería cruzar la calle, yo con todo mi cariño la tomé del brazo y la ayudé, sin embargo, obtuve algunos golpes con su viejo bolso, ya que ella había estado en esa esquina esperando el autobús. Ni qué decir de mis vecinos, quienes se estaban mudando y rápidamente subí todas las bolsas que encontré en el patio hacia su camión; pero me quedé con una fría sensación, pues la señora agua helada me tiró, porque fue basura la que trepé durante mi gran acción.

Después de esas desventuras, concluí con gran tristeza que la gente ya no necesitaba de un superhéroe, puesto que ya no había tiempo ni atención para personas como yo; que solo buscaban un mundo mejor, y todas esas pequeñas acciones que nacen del corazón, ya no llamaban su atención. Tomé mi traje, lo observé detenidamente con profundo dolor y lo guardé en un baúl. En ese pequeño espacio oscuro, mi sueño quedó y mi corazón, en silencio, una lágrima derramó; fue una vacía sensación.

Días después, me encontraba solo, sentado en la fría acera de mi casa. Veía los días pasar y, durante ellos, sentía mucho pesar sobre mi vida.  Un jueves, totalmente solo y aburrido de existir, ocurrió algo que realmente me cambiaría. En la casa atrás de la mía, observé a mi vecina tirada sobre las escaleras; cerca de ella, su vajilla rota por la caída. Resulta que se encontraba sola. Todos la habían abandonado por ser una adulta mayor. Ella, sin ánimos, no comía, no se cuidaba, ni siquiera salía de su casa; lo único que necesitaba era compañía y una buena comida. Al levantarla, un ruido muy fuerte escuché; era mi brazo débil, se había roto. Aunque la vecina sí que era bastante pesada, le brindé una sopa. Ella vendó mi brazo y pudimos reírnos mucho por la situación.

Solo hasta ese momento pude experimentar que, sin previa preparación, que, sin planificarlo o sin la necesidad de vestir un traje, fui un verdadero Superman; y por esa gran acción sentí como mi espíritu voló muy alto al poder dar una mano al necesitado. Ahora, mi vecina y yo somos grandes amigos, nunca más volveremos a sentirnos solos, nos tenemos el uno al otro. Ahora el traje lo llevó ya no por fuera, sino adentro desde mi corazón.

Atte., Anselmo Cabrera, 93 años

* Estudiante de primer año de la maestría en Educación con mención Educación Inclusiva de la Universidad Casa Grande. Psicóloga educativa y coordinadora del departamento de Consejería Estudiantil (DECE), de la Unidad Educativa San José De La Salle, Cuenca. Coordinadora de proyectos de servicio social, vinculación con la comunidad y dirección artística en danza-teatro.

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