Primero gozo, luego existo.

agosto 27, 2022
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Por Daniel Vélez Macías*

Era enero de 2010 lo recuerdo perfectamente. Estaba sentado en el estudio del esposo de mi madre —a quien amo y respeto como a mi propio padre— cuando en su computadora se activó el protector de pantalla; segundos después se leía en diversos colores la frase que cambiaría el rumbo de mi vida: “Primero gozo, luego existo”.

Una profunda frase que se clavó en todo mi ser como mil dagas y que recorrió, en cuestión de milisegundos, mi cerebro y mi cuerpo. Fue en ese preciso instante cuando supe que debía tomar una decisión crucial.

Al cabo de una semana, había dejado todos mis miedos junto a ese viejo computador y, como muchos otros migrantes, me subí en un avión hacia Nueva York, sin boleto de regreso. Tenía más temores que ahorros; y la fe inquebrantable en que todo jugaría a mi favor. ¿Por qué no? Un latino “puro corazón” que hablaba perfecto el idioma… ¡Nada podía salir mal!

Los primeros meses en la Gran Manzana fueron duros. Mucho frio, poco dinero y un cuarto de 2 metros cuadrados que se sentía gigante sin mi familia, amigos e hija. Por ser la vida como es, llena de oportunidades, conseguí mi primer trabajo con el apoyo de ciertos conocidos. ¡Si!, yo sería parte del famoso sueño americano.

Mi sueño empezaba a materializarse. Bueno, en parte. Empecé como cocinero de una universidad cercana a la habitación que arrendaba con otros seis ciudadanos mexicanos. No sabía nada de cocina, pero con el apoyo de un colega muy paciente, escogiendo siempre las palabras correctas, y con la sonrisa de oreja a oreja, ¡lo estaba logrando!

Después de quemar docenas de desayunos y de entregar cientos de órdenes cambiadas; aprendí y lo hice rápido. Luego de dos meses, ya era el administrador del lugar. Trabajaba doble turno para llevar más ingresos a casa.


El tiempo pasó y mantuve mi puesto laboral por seis meses más. Aquí empieza la verdadera historia; al menos la que cambiaría mi vida por completo. Comencé a notar que la gente que me compraba comida disfrutaba más de mis conversaciones e historias latinas que de un panqueque perfectamente redondo. Me di cuenta de que todos los que iban a comer a nuestro salón, me preguntaban más por mi viaje loco a su país; en vez de la razón de demora en su pedido. Una vez que entendí que mi habilidad para comunicar y generar emociones era más impactante que mis habilidades culinarias, todo fue mejorando.

Durante los siguientes meses, fui cocinero, administrador, inspector de un edificio, conserje de un gimnasio y hasta barman de un club campestre de alto perfil de Nueva Jersey, donde mis clientes pagaban decenas de dólares por un vaso, a cambio de cantar conmigo clásicos en español como Bésame mucho y La cucaracha. Ellos se sentaban a escuchar por horas lo espectacular de la cultura y arquitectura de países “tan lejanos” como Ecuador, Perú y Colombia. Hablarles de las islas Galápagos podía terminar en una suculenta propina, pues soñaban despiertos con mis relatos de iguanas y lobos marinos que convivían con los isleños en santa paz.  

Con esta nueva mentalidad, decidí volver a Ecuador. Si lo estaba logrando en un país extraño, en trabajos que no conocía, ¿quién podría negarme el éxito en mi propia tierra jugando de local (usando términos de mi deporte favorito, el fútbol)?

Sobre mi regreso, les hago la historia corta. Me fue ¡mal! No conseguía trabajo e iba a tener que pedir muchos favores antes de llegar adonde finalmente miraría al destino a los ojos y le diría: ¡Aquí estoy, para esto nací!

Un amigo muy querido y cercano a mi familia me dio la oportunidad de ser parte del equipo de ventas de vehículos en la empresa que él manejaba; mi pasión de toda la vida. A las pocas semanas, él mismo me ofreció ser jefe del local. Mi habilidad de entender a mis compañeros, de negociar con ellos, de ser atento y amable con los clientes, y mi aptitud para el liderazgo, me pusieron en la mira de las grandes compañías.

Para el 2014, mi rumbo laboral me llevó a una empresa líder en el sector automotriz del mercado ecuatoriano. Aquí fue donde realmente di el gran salto; al cabo de solo seis meses, ya ocupaba una gerencia regional para posteriormente desempeñar un cargo con alcance nacional. Me preguntaba: ¿cómo lo estoy logrando?, ¿qué ha cambiado?, ¿a qué debo esta bendición?

Mis respuestas llegaron a través de una conversación con mi madre. Ella me hablaba de cómo los políticos utilizan su liderazgo para atraer y cautivar a las masas. Cómo podrán deducir, esto no era solo un asunto político; sin embargo, descubrí que ejercer el liderazgo era importante en todos los sectores.

¿Pueden adivinar quién tomaba esa postura de líder natural en mi empresa? Pues yo. Con mucha responsabilidad, pero sin nada de temor, asumí y acepté mi lugar en este mundo comercial. Me convertí en un líder nato. Alguien que cuidaba, protegía, enseñaba, comunicaba y apoyaba a sus equipos. Alguien que los empujaba a ser más, día a día. Aprendí a ser un buen jefe que entendía a su gente, primero a los seres humanos que son, luego como grandes colaboradores.

Ha pasado más de una década desde aquella valiente decisión de dejarlo todo por un mejor futuro; sin embargo, irónicamente, no ha pasado un minuto en el que deje de pensar en esa frase que cambió mi existencia. Aquella que me empujó a dejar la comodidad de lo conocido para tomar el control de mi vida.

Cada uno de nosotros tiene fortalezas en el carácter y la personalidad. Es importante tomar las decisiones correctas que nos permitan sacar a relucir nuestros puntos fuertes. Formarse en lugares como la Universidad Casa Grande, a cuyos maestros siempre agradeceré por brindarme una visión global, con mentalidad abierta a los cambios de este “mundo líquido”; citando a uno de los pensadores favoritos de mi mamá: Zygmunt Bauman. 

Todos los seres humanos tenemos la capacidad de adaptarnos y reinventarnos. Y, después de todo lo mencionado, les dejo unas palabras que resumen mi experiencia hasta llegar donde estoy: “Hay varios caminos y distintos tiempos para llegar al éxito”. Recordemos que, según Howard Gardner y su teoría sobre los siete tipos de inteligencia, nuestras capacidades cerebrales son múltiples; asimismo, infinitas son también las posibilidades de conseguir las metas que nos propongamos.

En mi caso, las habilidades blandas me ayudaron a llegar donde estoy, pero la perseverancia y el amor… yo diría que son estas dos últimas cualidades las que han sido el soporte para mantenerme donde quiero estar y conseguir la paz que pensé encontrar en otro país.

Posdata. La frase que adopté como un estilo de vida y que me llevó a ser quien soy fue escrita por la misma persona que hace más de 10 años me prestó su estudio para replantear mi vida. ¡Gracias Juan por ser luz en la oscuridad de todos los que lo rodeamos!

* Cuenta con varios diplomados, entre ellos, Maestría Internacional en Comercial y Ventas en Concesionario Automotriz por Esneca Business School (España); Diplomado Internacional Ejecutivo de Marketing Corporativo por la Universidad del Cuyo (Argentina). Ocupó cargos de liderazgo como jefe de ventas en KIA y subgerente nacional de ventas en Suzuki/Comandato. Hoy es gerente nacional de ventas y servicios en SAIA Grupo Andina. Cursó algunas materias de profesionalizantes en la Universidad Casa Grande.

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