Por Anamaría Coello*
El generoso lector que leyó el artículo ¿Por qué debemos leer a Proust? publicado en la última edición de esta revista, está al tanto de que me encuentro terminando de leer En busca del tiempo perdido, y de mi nueva afición al mundo proustiano.
Hace unos meses leí El remitente misterioso y otros relatos inéditos (Editorial Lumen, 2021). La primera parte de esta obra contiene una recopilación de escritos de Proust, nunca antes publicados, que datan de fines del siglo XIX y han salido a la luz casi cien años después de su muerte. Intuyo que el autor mantuvo estos textos en secreto dado que la mayoría de estos se enfocan en la homosexualidad. A través de ellos queda latente su orientación hacia ella, algo que, de haberse revelado en esa época, hubiese impactado a su familia y el medio parisino que frecuentaba.
Aunque hoy esa información carece de relevancia en comparación con la genialidad del resto de su obra, Proust, en todo su derecho, nunca reconoció su homosexualidad en vida. Por ende, me inclino a pensar que estos ensayos, escritos durante su juventud, coincidiendo con la época en que escribió Los placeres y los días, fueron plasmados como parte de su bitácora personal, sin ninguna intención de que fueran a ser publicados alguna vez. Al mismo tiempo, soy de la filosofía que un escritor que no quema sus textos en vida, guarda la secreta ilusión de que algún día, después de su muerte, sean leídos por alguien más. Proust tuvo suficiente tiempo para deshacerse de ellos.
Los leí bajo esta suposición, y al hacerlo no tuve la sensación de que estaba invadiendo su privacidad ni violentando su intimidad. Al contrario, al leer Recuerdo de un capitán, uno de los nueve ensayos de El remitente misterioso y otros relatos inéditos, palpé su experiencia emocional y noté que él enfocaba la homosexualidad desde el prisma del sufrimiento. Sin embargo, este no es el tema principal del artículo. Es su genialidad la que nos interesa.
A mi manera de ver, la segunda parte de El remitente misterioso y otros relatos inéditos contiene el verdadero regalo literario para cualquier proustiano. Nos trasladamos de la época de Los placeres y los días a los años en que se empezó a elaborar En busca del tiempo perdido. Aquí encontramos nuevos borradores de las variaciones del famoso inicio de la obra: “Mucho tiempo llevo acostándome temprano”, entre algunas otras; como la crónica de la familia de Swann, los modelos masculinos de Gilberte y la distribución en volúmenes de En busca del tiempo perdido, que hasta ahora nos eran desconocidas. Entre todos los ensayos, uno de ellos me cautivó: Los gritos de París.
Proust vivió por muchos años en el 102 del Boulevard Hausmann. Fue ahí donde empezó a escribir En busca del tiempo perdido. Para atenuar los ruidos de la calle y prevenir el polen y el polvo, dadas sus alergias y condición asmática, forró las paredes de su habitación con corcho. En 1919, la familia de Proust vendió el edificio del Boulevard Hausmann, forzándolo a mudarse desde el 31 de mayo al 1 de octubre a la 8 bis rue Laurent Pichard.
Durante este tiempo, con el fin de escribir un fragmento de La prisionera, donde el personaje principal de la novela y su novia Albertine escuchaban desde su apartamento los pregones de los vendedores ambulantes de París, Proust le pidió al portero del edificio que fuera a la calle a escucharlos e identificarlos. Este último le envió una carta sobre su apreciación, lamentando no poder reproducir las respectivas entonaciones que los vendedores ambulantes pregonaban, algunos con la ayuda de una armónica o un flautín, al anunciar las naranjas frescas, entre otras cosas:
Toneles. ¡Aquí llega el calor de los toneles!
Vi-driero (bis)
Mejillones frescos, ricos mejillones
Aquí está la caballa fresca, aquí está la caballa
Pescadilla para freír, para freír
Álsine, tengo álsine para los pajaritos
Tengo ropa, trapos, chatarra para vender
Con una matraca: Diviértanse señoras, aquí viene la alegría
Con un cuerno: Sillas para trenzar, rellenar, aquí está el sillero
Con una trompeta: Pelo perros, corto gatos, colas, orejas
Lindo queso crema lindo queso
Ah que ternura la verdura Alcauciles verdes y tiernos, alcauciles
Guisantes, guisantes por celemín
Judías verdes, tiernas judías
Con una trompeta: arreglo la loza y porcelana
Arreglo vidrio, mármol y cristal
oro marfil alabastro
y objetos antiguos
Aquí está el arreglador (Proust, 2021, pp. 169-170)
Al terminar de leer este ensayo, quedé extasiada y perpleja. En cuanto a los vendedores ambulantes, nunca imaginé tanta similitud con el París de antaño y el Guayaquil de mi infancia. Al igual que En busca del tiempo perdido, mi memoria involuntaria me transportó al centro de Guayaquil de los años setenta, cuando el Rey de la galleta declamaba y pregonaba hermosas coplas, creadas en el momento, a las mujeres que pasaban cerca de él, con el propósito de vender una caja de galletas.
Acto seguido, empecé a escuchar en mi mente los gritos del hombre que pregonaba a voz en cuello: ¡Botella vacía, periódico! ¡Botella vacía, periódico! Luego, recordé los pregones de los verduleros y del vendedor de mejillones, igual que en el París de Proust de hace cien años.
Al día siguiente de leer el ensayo, llamé a la persona que iba a venir esa semana a colocarme un vidrio a prueba de ruido en la ventana del cuarto donde escribo y le dije:
“Por favor, no venga; de repente, los ruidos de la calle dejaron de molestarme”.
Bibliografía
Proust, M. (2021). El remitente misterioso y otros relatos inéditos. Editorial Lumen.
* Editora, Traductora. Graduada en Ciencias Políticas e Historia en la Universidad de Carolina del Sur (Columbia, Carolina del Sur). Fundadora de Editorial Pamina Mágica. Actualmente se encuentra escribiendo su primera novela.